Las principales empresas españolas, las que cotizan en la Bolsa bajo el índice Ibex 35, ganaron el año pasado más de 50.660 millones de euros (ocho billones de las antiguas pesetas). En plena crisis, todas han obtenido beneficios y han crecido en conjunto un 22% en relación con el año anterior.
Las empresas eléctricas, esas que un día sí y otro también se quejan de que pierden dinero, ganaron casi 9.000 millones de euros, pero aún así quieren que sigan subiendo las tarifas argumentando un déficit histórico.
Probablemente el caso más paradigmático de esta fiesta de beneficios empresariales lo representa Telefónica, una antigua empresa pública que el gobierno del PP presidido por Aznar puso en bandeja de plata a un amigo llamado Villalonga, ahora exiliado de oro en las playas de Miami. Esa firma, que obtuvo en el 2010 más de 10.000 millones en beneficios, una quinta parte del conjunto de ganancias declaradas por las 35 del Ibex, ha separado más de 200 millones de euros ¡para reducir plantilla!. ¿Por qué? Obvio: quiere ganar más, para repartir más.
Es necesario que las empresas tengan beneficios, pero es indignante la forma en que se obtienen y humillante cómo se reparten y quiénes se los reparten. Porque mientras el paro afecta ya a casi 4,5 millones de personas, más de 100.000 las familias no pueden pagar la hipoteca, el 21% de la población española vive en la pobreza, la mitad de los jóvenes no tienen ocupación, los salarios y las pensiones bajan en proporciones superiores a cómo suben los beneficios de las grandes empresas y los precios ahogan las economías domésticas, a los demás se nos sigue exigiendo que paguemos la crisis que han creado precisamente los que se enriquecen con ella.
Tiene razón el economista Manuel Lago en el artículo que publica hoy en La Voz de Galicia. La obscenidad se ha instalado en el Ibex, y nosotros contribuimos, a la fuerza, a alimentarla.
¿Para cuándo una revolución que guillotine tanta inmundicia oficialmente consentida?
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