jueves, 3 de abril de 2008

Hernán Zin: "Todos los conflictos responden a la búsqueda de poder por unos pocos"

Tiene nombre y apellido de caballero, incluso de conquistador. En cuanto a lo primero, no me cabe la menor duda si tengo en cuenta mi experiencia personal con él; sin embargo, no lo imagino entrando a saco en los poblados americanos cual Pedro de Alvarado o Pánfilo de Narváez, de ignominioso recuerdo para la Historia de España. Más bien lo veo como amanuense de fray Bartolomé de las Casas, afanado en la afligida redacción de la Brevísima relación de la destrucción de las Indias, compendio de atrocidades que Hernán Zin subtitularía, probablemente, Urgentísima relación de un viaje a la guerra. Porque así, entre guerras cotidianamente mortales, transcurre la vida de este periodista experto en conflictos lejanos que nos acerca desde su indispensable bitácora. Iniciemos, pues, este viaje EntreBlogueros.

-¿Cuál es la razón de ser de “Viaje a la Guerra?
-Dar voz a las víctimas de los conflictos armados. Creo que las declaraciones oficiales de los políticos y los números de muertos, que es lo que habitualmente impera en la prensa, no representan lo que significa realmente una guerra. Poner nombre y apellido a los muertos, a los mutilados, a los supervivientes. Contar sus historias. ¿Quiénes eran? ¿A qué se dedicaban? ¿A qué aspiraban en esta vida? Sirve para comprender el drama humano de una guerra. Mi esperanza es que esta clase de narración, a pie de calle, junto a las víctimas de los conflictos armados, sirva para que los lectores tomen conciencia y levanten su voz para oponerse al uso de las armas como solución a los problemas políticos. Como decía Robert Fisk, esos políticos que deciden que otros van a morir en pos de sus intereses. Por otra parte, al tratarse de un blog, dialogar también con los lectores, realizar una reflexión conjunta. Otro aspecto de esta aventura, Viaje a la guerra, que me resulta estimulante y enriquecedor.
-En la presentación de tu blog escribes: “Ahora me he puesto el casco y las botas para sumergirme en las entrañas de la guerra”. Y en tu anterior bitácora dices que dejas atrás la pobreza como tema principal de tus comentarios para centrarte en la guerra. ¿Por qué ese cambio del periodismo solidario o de compromiso al periodismo de guerra?
-En el fondo se trata de lo mismo. Miseria, exclusión. Los que se llevan la peor parte de las guerras son los niños, las mujeres. Los indefensos, los vulnerables. Los pobres, los postergados. Todos aquellos que no cuentan con medios para huir, para adaptarse al descalabro social que implica un conflicto armado. Antes de Viaje a la guerra ya había cubierto conflictos armados, como también había investigado sobre la pederastia y el abuso de menores, entre otros tantos temas. Supongo que la clase de periodismo que hago se centra en el sufrimiento humano y la injusticia social, en todas sus dimensiones. El abuso del débil por parte del fuerte. Que tal vez en ningún otro escenario se presente de forma tan brutal como en una guerra. Y la esperanza de que, dando voz a los que sufren la opresión y la marginación, la sociedad civil pueda reaccionar para que las cosas cambien. Quizás esto nunca ocurra, pero al menos hay que intentarlo.
-Llevas trece años de un lado a otro del mundo para contar las consecuencias de los conflictos bélicos. ¿Qué diferencia unas guerras de otras?
-Philip Jones Griffiths, el mejor fotógrafo de guerra del último medio siglo –fallecido hace dos semanas – decía que existen los periodistas de arena y los de barro, mostrando así las dos clases de conflicto que hay: arena y barro. Una distinción muy interesante, que quizás yo interpretaría de la siguiente manera: Oriente Próximo, con las mentiras, las mezquindades, tanto del extremismo militante de cierta parte de Occidente, como de algunos líderes árabes y de organizaciones como Al Qaeda. Y luego los conflictos africanos, que siempre me dan la impresión de ser mucho más irracionales. No hay aviones no tripulados, ni bombardeos, ni satélites, ni atentados con coche bomba. Sino jóvenes con AK 47 que violan, matan, en respuesta a los designios de algún caudillo local. Eso sí, todos los conflictos tienen un común denominador: responden a la búsqueda de poder por parte de unos pocos. Una búsqueda que se lleva por delante la vida de inocentes. Al margen de estas dos grandes categorías situaría al conflicto en Palestina. En lo personal, el más brutal de todos los que he conocido de cerca. Por las mentiras, que todo el mundo acepta. Por la impunidad con que el gobierno de Israel castiga a los civiles palestinos. Por la injusticia primigenia, que a nadie ya parece importar: la ocupación que comenzó en 1967.
-En la introducción de “Llueve sobre Gaza” escribes que el motivo de ese tu cuarto libro son las víctimas del bloqueo, en el verano de 2006, de los territorios palestinos ocupados. ¿Cómo puede un escritor que vive una realidad social distinta ser la voz de los oprimidos?
-Si tuviéramos que ser todo lo que intentamos retratar, el periodismo se acabaría. Me explico: ¿hay que ser bombero para escribir sobre los bomberos, prostituta para escribir sobre las prostitutas? El mecanismo es sencillo: escuchar, tomar apuntes y transcribir. Observar para describir el contexto. Documentarse para poner el marco histórico. No creo que tenga demasiado misterio. Es lo que hacemos desde siempre los periodistas. Sea cual sea la materia que nos haya tocado tratar.
-¿Hasta qué punto corre peligro la vida de un reportero?
-Me gustaría que no fuese así, ya que en unas semanas parto hacia Afganistán, pero los riesgos son muchos. Asumidos con todas sus consecuencias porque nadie nos obliga a hacer este trabajo. Las guerras no son como nos las cuentan. Son un caos, sin orden, sin lógica. Creo que uno de los primeros que así lo contó fue Stendhal. Y luego también Celine, en su Viaje al final de la noche. Todo puede suceder. Y sucede. Y tú estás allí, en medio. Para peor, las guerras del siglo XXI, sin frentes, situadas en el corazón de la población civil, resultan aún más lesivas para el periodista, que no sabe bien a qué atenerse. Ya no hay líneas de ataque, ni vanguardia ni retaguardia. Basta ver la cifra de colegas muertos en Irak. Basta observar la ausencia de cronistas en Somalia. Supongo que la guerra del Líbano de 2006 o que incluso Gaza han sido paradigmáticas en este sentido. Aviones no tripulados que sueltan bombas por doquier sin que los puedas ver venir. Y apenas un hotel, un barrio, en el que el periodista sabe que puede estar medianamente seguro. Una vez que sale de allí, está a merced de todo. Pero tampoco hay que olvidar que el periodista tiene pasaje de vuelta a su realidad. Y en este sentido, es la población civil la que está atrapada. Ante semejante diferencia de posibilidades, de recursos, de información, no dejamos de ser unos privilegiados.
-¿Cuál fue la situación más desesperada que conociste y qué música de fondo le pondrías?
-
Lamentablemente, la lista es larga del sufrimiento ajeno, absurdo, brutal, del que he sido testigo. Me costaría elegir un solo recuerdo. La música es una de mis pasiones. Llevo puesto el IPod a todas horas. Cuando me levanto, cuando viajo en coche, en avión. Me gusta el rock. Y es la sintonía de fondo a la percepción que tengo de la guerra. Desde Kings of Leon hasta The Editors, Artic Monkeys, Kasabian. Sé que puede sonar extraño, pero es una música que me nutre, que me ayuda a abstraerme. Más allá de mis pasiones musicales creo que Pantera, y bandas similares, con la canción Walk, por poner un ejemplo, dan una cierta sensación de la violencia que impera en un conflicto, que se palpa en el aire.
-En muchos de los países en que has estado la vida tiene escaso valor. ¿Matarías para sobrevivir?
-Sé que la violencia genera violencia, aunque se trate de un lugar común. La violencia se contagia. Desde el lugar que me ha tocado en la vida no tengo esa necesidad o esa opción. Pero si las cosas hubiesen sido distintas y hubiese nacido en otras circunstancias, seguramente sí. Más que para sobrevivir, creo que para evitar el sufrimiento de otros, por alguna razón justa. Aunque ese es casi siempre el error. Así se perpetúa el círculo de la violencia.
-De los conflictos que conoces, ¿cuál sería el más fácil de resolver y por qué crees que no se resuelve?
-El de Palestina. Bastaría con que se retirasen los colonos israelíes de Cisjordania, respondiendo a la resolución 242 del Consejo de Seguridad. Bastaría con que se devolviese Jerusalén Oriental a sus legítimos dueños. Y con que se negociase una opción justa para los refugiados en el extranjero. Nada más. Si no se resuelve es por una serie de intereses económicos que van desde el agua hasta la industria armamentística, pasando por la especulación inmobiliaria, así como la estrategia política de Washington y la presión que ejerce parte de la diáspora. También está el fanatismo religioso y el mesianismo de algunos grupos radicales israelíes y de los colonos.
-Escribes mucho sobre mercenarios en Irak. ¿Por qué?
-Escribo sobre los mercenarios y las empresas privadas militares porque me preocupa. Aborrezco el negocio de la guerra, desde las armas hasta la logística. Me resulta inconcebible que haya gente que gana millones en base a matar a otros. Y que encima sea legal, aceptado y tenga tanto rédito para la balanza comercial y el empleo de ciertos países que se llaman “desarrollados”.
-“Helado y patatas fritas” suena a invitación al cine, pero detrás de palabras tan inocentes se esconde la perversidad humana en forma de pederastia, pues ése es el título del libro en que denuncias la explotación sexual infantil en Camboya. ¿Por qué esa clase de delitos se cometen especialmente en países asiáticos?
-No creo que se realicen especialmente en países asiáticos. En América Latina y en África el turismo sexual con menores también está extendido. Creo que esta clase de abusos se dan en países con dos características principales: pobreza y falta de acción del Estado. En Tailandia, el germen fue la guerra de Vietnam. Miles de hombres con dinero que viajaban allí cuando no tenían que estar en el frente. No son pocos los especialistas que coinciden en que fue el punto de partida. Y la globalización, en las últimas décadas, ha facilitado el encuentro de los ciudadanos de las naciones prósperas con los de los países pobres. Algo que muchos han aprovechado para perpetrar los abusos con la complicidad de las autoridades locales. Desde Mombasa, pasando por Sri Lanka hasta la República Dominicana. El abuso de menores también tiene lugar en Occidente. En EE.UU. se formulan medio millón de denuncias al año. Y el reciente caso de Mari Luz, así como las detenciones habituales a quienes trafican con pornografía a través de la Red en España, muestran que se trata de un problema omnipresente que debemos combatir con firmeza.
-¿Qué consecuencias ha tenido, para ti y para los niños vejados, la publicación de esa obra?
-A raíz de las denuncias del libro y el documental, y de la voluntad y el empeño de mucha gente que menciono en la obra, se creó la organización Protect, que sigue y denuncia a pederastas. Quizás haya ayudado a algunos niños. En lo personal, amenazas e insultos. Nada nuevo.
-¿Cuál fue tu peor experiencia y qué película elegirías para recrearla?
-Más que de una experiencia en concreto hablaría de una sensación que en el terreno por momentos se vuelve crónica de angustia, de impotencia, de cierta rabia. Hace años que no voy al cine. Veo películas en los aviones, a trozos. No sé. He sido bastante devoto de la obra de Abbas Kiarostami, de Emir Kusturica, de Satyajit Ray, de Fellini. Pero supongo que alguna de las obras maestras del neorrealismo italiano. Creo que retrata muy bien la densidad de sentimientos y contradicciones que a veces experimento. En blanco y negro, por supuesto.
-¿Cómo es de importante la labor de las oenegés en los países necesitados?
-Mi relación con las ONG es ambivalente. Por algunas siento una gran admiración y agradezco y valoro su labor: MSF, Amnistía Internacional, Humans Rights Watch. Soy un poco escéptico con las que trabajan en el área de desarrollo, no por las intenciones ni motivaciones de quienes están en ellas, sino por los resultados. Pero bueno, después cuando voy al terreno y conozco a una persona cuya vida ha cambiado gracias al esfuerzo ajeno, modero mis opiniones. Sí creo, más allá de las ONG, en las asociaciones. En la sociedad civil que se une en pos de unos objetivos. Los ciudadanos, especialmente los del Norte, no podemos resignarnos a ser meros espectadores de la realidad del mundo. Debemos actuar y comprometernos.
-Has grabado ya cinco capítulos de la serie documental “Un día más con vida”. ¿En qué consiste y cuál es la finalidad de ese proyecto?
-Es otra forma de hacer llegar las historias, en este caso a través de Internet. No ha sido sencillo porque no me gusta dejar fuera matices en las narraciones, y ya lo audiovisual de por sí exige ciertas renuncias. Y más aún una serie de vídeos para Internet, con tan poca duración. Me parecía que lo importante era no dejar pasar la posibilidad de llegar a gente que quizás no se había interesado en ciertas cuestiones. Estoy satisfecho con los resultados, aunque al ser un formato nuevo tuve algunas dudas.
-En cuanto al blog, ¿qué valor añadido aportan los comentarios de tus lectores?
-Me siento muy cómodo en esta nueva clase de comunicación, más horizontal y participativa. Creo que es mucho más democrática. Claro que tiene desventajas: la falta de rigor de algunos blogs y los improperios de ciertos participantes que se amparan en el anonimato. De los lectores recibo compañía, complicidad, que se valora cuando estás solo en el terreno. En los meses que pasé en Gaza lo aprecié muchísimo. Y también reflexiones y recomendaciones que te hacen repensar constantemente tu trabajo. Un ejercicio de humildad. Ahora no sólo escribo, como cuando mi columna salía en algún periódico, sino que tengo que escuchar también. En alguna ocasión he rectificado lo escrito porque las observaciones que me habían hecho eran correctas.
-¿Los lees todos, los contestas o alguien lo hace por ti?
-Leo y contesto todo. También los mensajes privados. Aprecio que la gente se tome molestias. A veces me demoro un poco, por el trabajo, pero siempre al final escribo de vuelta.
-Escribes, viajas, grabas, duermes, comes... ¿Te queda tiempo para algo más?
-Hace ya años que no tengo un día libre. Y menos aún vacaciones. Pero bueno, como esto más que un trabajo es una forma de vida, tampoco me preocupa. Además, los periodistas free lance tenemos esa desventaja. Nos cuesta decir que no cuando salen las ofertas. Lo cierto es que llevo una buena racha.
-Si tuvieras que ilustrar con una pintura el horror que has visto, ¿cuál elegirías?
-Uno de Goya, sin dudas. Ningún pintor retrató la guerra como él.

Página personal de Hernán Zin
Enterrar a los niños muertos en Gaza
El dolor de un hijo en Gaza
"El periodista cazapederastas"
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5 comentarios:

cristobal ramirez dijo...

¡Uf! Pinta bien, pero me la leeré en cuanto tenga un buen rato...

Alicia Mora dijo...

Vaya, vaya Guillermo! excelente entrevista.
No sé si sabrás que la iniciativa de Lápices para la paz se gestó cuando Hernán estuvo en Gaza, en su blog. Los lectores hicimos una piña y estuvimos con él día y noche. Sentimos que teníamos que estar no solo con él sino con la realidad de Palestina cuando bombardeaban a la población civil...

Fué un gran logro de la comunicación en red, no sólo por las iniciativas sino también por la gente tan estupenda que escribía allí. Incluso dos personas que se conocieron en el blog de Hernán, dejaron sus trabajos y han comenzado una empresa de placas solares.

Hernán, queda tanto por denunciar y trabajar!.
Un abrazo a los dos y adelante.

Julio Torres dijo...

O titular moi bo, resume o porqué de tantas guerras e demais. Moi boa entrevista Guillermo.

Carpe Diem

Anónimo dijo...
Este comentario ha sido eliminado por un administrador del blog.
Guillermo Pardo dijo...

No, Alicia, no sabía nada de lo que me cuentas. Me alegra que hayas tenido experiencias tan positivas con Hernán. Gracias por contarlo y gracias también por tu visita y tu comentario, que extiendo a Julio y a Cristóbal. Saludos.