Como buen mortal, ignoro qué designios guían la vida de las personas, y menos todavía por qué la de los menesterosos y desheredados parece tener menos valor que la del resto.
Las imágenes de las guerras, de los éxodos multitudinarios, de los niños soldado, de las hambrunas, de los cayucos que escupen cuerpos cuasi putrefactos, del desprecio xenófobo-racista, de la generosidad negada o de la palabra rechazada son golpes diarios en la conciencia del mundo suficiente, aunque no autosuficiente porque de lo contrario no recurría a la explotación.
A menudo olvidamos que tenemos un destino compartido y que por mucho que queramos soltar lastre y diferenciarnos, a nuestro lado siempre aparece alguien que, quién sabe, en momentos dramáticos puede ser la cantimplora que nos salve la vida. Alguien que, como escribe Xosé Luis Barreiro Rivas en La Voz de Galicia, "empezó a integrarse en las desgracias mucho antes que en la felicidad que viene buscando".
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