Eso debieron pensar los editores de www.foreingpolicy.com cuando dieron su visto bueno a la publicación de esta supuesta carta del todavía presidente del Banco Mundial, en la que Paul Wolfowitz prohibía a los empleados de la institución estadounidense apostar acerca de su dimisión a finales de año.
El señor Wolfowitz no escribió tal misiva, si no que al parecer se trata, en realidad, de una broma de Kenneth Rogoff, economista y profesor de Harvard con un supuesto gran sentido del humor. Quizá algún día el señor bromista dé una explicación de los motivos de su gracioso proceder, que ha arrastrado consigo a toda una prole de creyentes en todo el planeta. Es decir, todo quisqui se tragó la bola.
El mundo se ha construido sobre los endebles cimientos de la mentira, en los que se han forjado pilares sobre los que se asientan “grandes verdades” como que Irak tenía armas de destrucción masiva que justificaron el derrocamiento de un dictador y uno de los mayores crímenes contra la humanidad. ¿Y sabéis quién fue uno de los principales promotores de la invasión de la antigua Mesopotamia? Lo habéis adivinado.
La broma del profesor Rogoff puede no ser tal, sino más bien una muestra más de la desgracia política en que ha caído el “lobo” Wolfowitz, a quien se quiere apartar de la escena pública aún fuerza de destapar sus olientes vergüenzas y sus manirrotas costumbres.
Sin embargo, hay otra cuestión que me preocupa más que el futuro del señor Wolfowitz: ¿cuántas mentiras nos hacen tragar todos los días? Peor aún: ¿cuántas nos creemos y por cuántas estaríamos dispuestos a “matar”? Así las cosas, ¿cuál es el valor de una mentira?
Sinceramente, me preocupa que lo que acabo de escribir pueda ser verdad.
[Foto: Paul Wolfowitz y Shaha Riza / The Washington Post]
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