Esperaban sentados a que se abriera la puerta para poder entrar y aliviar la preocupación que llevaban dentro.
Era un matrimonio de ancianos, de esos que uno imagina casados desde la niñez y que caminan juntos con la acompasada compañía que proporcionan los años. Miraban constantemente a la puerta, como dos perros mirarían a sus amos en espera de que les hiciesen una caricia o les premiasen con un par de terrones de azúcar.
Eran las cinco de la tarde y la iglesia estaba cerrada. Pensé entonces qué sería de nosotros si los hospitales del cuerpo, como los del alma, estuviesen cerrados a esa hora. Sentí pena por aquellos dos viejos en busca de consuelo para su espíritu, como la habría sentido por el herido que acude al hospital a que le detengan la hemorragia y lo encuentra cerrado.
Pensé también, entonces, que si la iglesia no está abierta para quien lo necesita, es que quizá sus rectores creen que el alma puede esperar. Yo creo que no, que no hay peor hemorragia que la que mana del espíritu, y esa precisa de cura urgente.
2 comentarios:
"La hemorragia del espíritu" la interpreto como aquella necesidad espiritual y búsqueda de la verdad en la cual todos andamos. Por naturaleza tenemos estas inclinaciones, pero a veces no encontramos las respuestas acertadas que satisfagan nuestras inquietudes inherentes al ser humano, al no encontrar esa satisfacción es como si "las puertas de la iglesia" o la congregación estuviesen cerradas.
¿Cual es la solución? Es buscar conocimiento exacto...
Un abrazo para ti!
Y creo que el conocimiento más que fuera está dentro de uno mismo. Al menos así lo veo yo. Saludos y gracias por tu visita, Alberto.
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