El diez por ciento, aproximadamente, de los inmigrantes en España se dedican al cuidado de personas mayores y con necesidad de atenciones permanentes.
Ese porcentaje supone, en términos relativos, unas 200.000 personas, la mayoría mujeres latinoamericanas, que a su vez liberan de ese ingrato trabajo a quienes lo venían haciendo hasta ahora: hijos, padres, abuelos, etc., que a su vez podrán dedicar ese tiempo a otro trabajo o a lo que les venga en gana.
Me parece uno de los beneficios más interesantes del colectivo inmigrante en nuestro país, del que nos aprovechamos (véanse, si no, los sueldos que cobran) por interés propio. Nada nuevo, porque cuando nosotros emigrábamos a Suiza, a Alemania o a cualquier otro país nos hacían lo mismo. No lo justifico, pero lo comprendo. La explotación del hombre por el hombre se ha convertido en una especie de "ley natural".
La compañía, la disponibilidad, la dedicación, el idioma o la capacidad afectiva son valores que aprecian tanto quienes reciben los cuidados como quienes se liberan de la responsabilidad de permanecer al pie del cañón un día sí y otro también.
Nuestros abuelos y nuestros enfermos e incapacitados lo agradecen porque alivian sus conciencias por creerse una sobrecarga familiar, de la que quedan libres con la aportación que viene de fuera. En el fondo nos salen baratos, así de crudo, pero así de real.
Pero no es sólo eso, sino que también contribuyen a sostener nuestro nivel de bienestar con sus cotizaciones: los extranjeros asegurados pagan 8.000 millones a la Seguridad Social, en tanto que su educación y las prestaciones sanitarias que reciben cuestan 6.500. Es decir, nos dejan un superávit anual de 1.500 millones de euros. Repito, anual.
De modo que, nosotros, sanitos de momento, también les debemos que nos ayuden a mantenernos hermosamente viejos y deliciosamente cómodos.
El 90% de los cuidadores remunerados son inmigrantes
Los inmigrantes aportan en cuotas 1.500 millones más...
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