Siguen cayendo, y no son precisamente moscas
las que caen.
Diego de San Pedro fue
un escritor de la segunda mitad del siglo XV que escribió, como colofón de su
Cárcel de amor (1492) -el título de su más célebre obra da que pensar- , quince razones para tratar bien a las mujeres y otras veinte por las que los hombres les estamos obligados.
Ese señor de tiempos tan antiguos (¿y atrasados?) ya tenía muy clara la consideración a ellas debida. Lástima que señores de tiempos tan presentes no hayan sido educados ni hayan aprendido idéntica conducta.
Resumo las quince, por extensas, con adaptación, parcial, del texto al castellano actual.
Primera. Todas las cosas hechas por la mano de Dios son buenas necesariamente, que según el obrador han de ser las obras: pues siendo las mujeres sus criaturas, no solamente a ellas ofende quien las afea, mas blasfema de las obras del mismo Dios.
Segunda.
Delante de él y de los hombres no hay pecado más abominable ni más grave de perdonar que el desconocimiento, ¿pues cuál lo puede ser mayor que desconocer el bien que por Nuestra Señora nos vino y nos viene? Ella nos libró de pena y nos hizo merecer la gloria, ella nos salva, ella nos sostiene, ella nos defiende, ella nos guía, ella nos alumbra: por ella, que fue mujer, merecen todas las otras corona de alabanza.
Tercera. Todo hombre es defendido según virtud, mostrarse fuerte contra lo flaco, que si por ventura los que con ellas se deslenguan pensasen recibir contradicción de manos, podría ser que tuviesen menos libertad en la lengua.
Cuarta. No puede ninguno decir mal de ellas sin que a sí mismo se deshonre, porque fue criado y traído en entrañas de mujer y es de su misma sustancia, y después de esto por el acatamiento y reverencia que a las madres deben los hijos.
Quinta. Por la desobediencia de Dios, que dijo por su boca que el padre y la madre fuesen honrados y acatados, de cuya causa los que en las otras tocan merecen pena.
Sexta. Todo noble es obligado a ocuparse en actos virtuosos, así en los hechos como en las hablas, pues si las palabras torpes ensucian la limpieza, muy a peligro de infamia tienen la honra los que en tales pláticas gastan su vida.
Séptima. Cuando se estableció la caballería, entre las cosas que era tenido a guardar el que se armaba caballero era una que a las mujeres guardase reverencia y honestidad, por donde se conoce que quiebra la ley de nobleza quien usa el contrario de ella.
Octava. Por quitar de peligro la honra, los antiguos nobles tanto adelgazaban las cosas de bondad y en tanto la tenían que no habían mayor miedo de cosa que de memoria culpada: lo que no me parece que guardan los que anteponen la fealdad de la virtud, poniendo mácula con su lengua en su fama, que cualquiera se juzga lo que es en lo que habla.
Novena. Por la condenación del alma, todas las cosas tomadas se pueden satisfacer, y la fama robada tiene dudosa satisfacción, lo que más cumplidamente determina nuestra fe.
Decena. Por excusar enemistad: los que en ofensa de las mujeres emplean el tiempo, se hacen enemigos de ellas y no menos de los virtuosos, que como la virtud y la desmesura diferencian en propiedad no pueden estar sin enemiga.
Oncena. Como las palabras tienen licencia de llegar a los oídos rudos tan bien como a los discretos, oyendo los que poco alcanzan las fealdades dichas de las mujeres, arrepentidos de haberse casado danles mala vida o vanse de ellas, o por ventura las matan.
Docena. Por las murmuraciones que mucho se deben temer, siendo un hombre infamado por difamador en las plazas, en las casas y en los campos, y dondequiera es retratado su vicio.
Trecena. Por razón del peligro, cuando los maldicientes que son habidos por tales, tan odiosos son a todos, que cualquiera les es más contrario, y algunas por satisfacer a sus amigas, puesto que ellas no lo pidan ni lo quieran, ponen las manos en los que en todas ponen la lengua.
Catorcena. Por la hermosura que tienen, la cual es de tanta excelencia que, aunque cupiesen en ellas todas las cosas que los deslenguados les ponen, más hay en una que loar con verdad que no en todas que afear con malicia.
Quincena. De ellas nacieron hombres virtuosos que hicieron hazañas de digna alabanza; de ellas procedieron sabios que alcanzaron a conocer qué cosa era Dios; de ellas vinieron los inventivos que hicieron ciudades, fuerzas y edificios de perpetua excelencia; por ellas hubo tan sutiles varones que buscaron todas las cosas necesarias para sustentación del linaje humanal.
En un próximo post resumiré las veinte razones por las que, según este autor, los hombres estamos obligados a las mujeres.
Imagen: "Caballero y dama que bebe". Óleo. Jan Vermeer (hacia 1658-60)
7 comentarios:
La cuarta me parece crucial.
Saludos
Hya millones de razones para tratarlas bien, muy bien.
Un abrazo.
Bueno!!!
Esto me lo imprimo y lo dejo en el tablón de anuncios de la ofi. A ver si algún melón de invierno se lo lee y se atraganta con la madalena esponjosa que lleva en el cerebro.
A ver, a ver lo de las obligaciones.
Qué nervios!!!
Kisses complacientes
maravillosas razones... ardo en deseos de conocer las obligaciones, jajajajaajaja
Tantas razones y tan solo un motivo para planteárnoslas. La obcecada ceguera emocional de unos cuantos.
Genial Guillermo. Un abrzo.
Ummm..yo también espero esas "obligaciones" habrá también sexuales? ajajja eso de "portarse como un hombre..o cumplir en la cama"??? ajja..
A ver que nos traes Guillermo (te veo como un caballero feudal!)jaja
Un abrazo.
Estoy trabajando en ello, en las obligaciones. Lleva su tiempo, pero no desesperéis. Seréis recompensados. Saludos. Gracias a todos.
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