Cuando veo a un menor a bordo de una patera siempre me imagino en su lugar. Me entra entonces un miedo cobarde que me impele a mirar hacia otra parte. Yo no sería capaz de hacer lo mismo que ellos, ni siquiera si la causa es tan imperiosa como el mantenimiento de la familia. Al menos, dudo de que lo pudiera hacer. Yo no vivo en África. A lo sumo, emigraría a Suiza.
Un estudio de la Fundación Nuevo Sol presentado el lunes en Casa África afirma que el cien por ciento de los 928 menores africanos que llegaron en cayucos a Canarias en el 2006 arriesgaron sus vidas para conseguir un trabajo y sostener económicamente a sus familias. Más de la mitad volverían a repetir la experiencia pese a la dureza y a las condiciones extremas de la travesía.
Hay dos datos en este informe que llaman especialmente la atención y, al mismo tiempo, estremecen:
Primero, que esos menores de edad vinieron solos, sin protección, sin apoyo, expuestos a la carroña humana que se nutre de la debilidad para engordar su codicia y a las plagas divinas que han tenido que soportar durante el viaje a Eldorado español.
Y segundo, que el 64% de esos temerarios e infantiles aventureros proceden de familias extensas que apoyan un "proyecto migratorio familiar", dado que el 92% recibió ayuda económica de sus allegados para emprender el viaje. Es decir, que desde los abuelos a los padres, pasando por los tíos y hermanos mayores, han contribuido a introducir a los benjamines en la ruleta rusa del mar. ¿Y por qué arriesgar la vida de un niño y no la de un adulto? Los adultos son necesarios para sostener la endeble estructura económica y familiar, mientras que a los niños hay que buscarles acomodo dentro de ella, tienen que ganársela. El éxito del viaje a Europa soluciona, pues, todos los problemas económicos presentes y futuros.
Por eso, deberíamos ser más respetuosos y comprensivos con las personas que se ven obligadas a emigrar para ganarse mejor la vida, ayudarlas y no tratarlas como a delincuentes sin haber delinquido.
Incluso deberíamos inclinarnos respetuosamente ante esos pequeños valientes que aceptan cambiar sus vidas para salvar las de los suyos. Eso sí es heroísmo.
4 comentarios:
Qué razón tienes. Dejemos de juzgar y descubriremos que los tenemos que admirar. Por lo menos a la gran mayoría de ellos, doy fe. Un saludo, Guillermo.
Todo el texto es bueno, pero el final saca los colores a cualquiera. Ahora que me adentro más profundamente en los laberintos de mi barrio veo la cantidad de cosas estupendas que hay entre una población que aparece solamente en estadísticas o notas violentas. Qué error!
Extraordinario, us usually.
k,
Marta
"No tratarlas como a delincuentes sin haber delinquido". Qué cierto, y qué necesario que sea así.
Somos tan miopes, tan lerdos, tan crueles, que culpamos a las víctimas, y agudizamos su sufrimiento. Y resulta que los únicos que debiéramos cargar con culpas somos nosotros, "el occidente civilizado", ese El dorado de hojalata con falso resplandor.
Es un gusto leer tus reflexiones
Un abrazo.
tremendo, no se me ocurre otra palabra.
biquiños,
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