Faulkner recomendaba a quien quisiera introducirse en su obra que comenzase por Sartoris, primera de sus novelas ambientadas en el ficticio condado de Yoknapatawpha, trasunto del de Lafayette (Misisipi) y marco de la aristocrática sega creada por el norteamericano.
Sartoris contiene la esencia personal y literaria de William Faulkner (1897-1962). Es una obra inspirada en la vida de su bisabuelo William Clark Falkner -apellido original hasta 1924, año en el que Faulkner, al parecer por razones comerciales, le añade la "u"-, soldado, político, constructor ferroviario y escritor de efímero éxito, y en los recuerdos heredados de su familia, de honda tradición sureña.
La novela no colmó las aspiraciones literarias de su autor, que tuvo que hacer esfuerzos suplementarios para lograr que se publicase. Faulkner la dio a imprimir en 1927 con el título Flags in the Dust, pero el editor lo obligó a prescindir de 40.000 palabras. El resultado es este libro, que vio la luz en 1929. El manuscrito fue publicado en 1973, once años después de la muerte de su autor, y Sartoris retirado de la circulación. Ahora lo recupera Alfaguara, que lo ha reeditado con excelente traducción de José Luis López Muñoz.
La crítica no la considera una gran novela ni figura entre las más apreciadas del Nobel, quizá porque el sobreesfuerzo antes citado acabó por agotar la capacidad del escritor para explicar su idea, quizá porque su estilo transpira un sentimentalismo y un romanticismo edulcorado que ya estaban superados en el primer tercio del siglo XX. Sus formas narrativas recuerdan el descriptivismo realista, pero también el impresionismo paisajístico de contemporáneos como Azorín y Antonio Machado.
La obra está llena de referencias personales: el declive social, moral e ideológico del sur estadounidense, el mantenimiento del esclavismo negro como antítesis del integracionismo unionista, la decadencia de los terratenientes y el auge de los burgueses; el rechazo, en definitiva, a la modernidad por cuanto se impone a la tradición: "Pobre coronel. Sentía por los automóviles el mismo afecto que por las serpientes", afirma en un pasaje un negro libre y profesionalmente formado acerca del patriarca John "Bayard" Sartoris. Pero también está llena de nostalgia de una forma de vida enraizada en el ideario sudista de la diferencia de clases, del desprecio por el negro, un ser siempre inferior : "Era un edredón raído, pringoso al tacto e impregnado del inconfundible olor de los negros", dice el narrador (p. 396).
Hay tres aspectos destacables en la novela que la hacen recomendable. En primer lugar, la caracterización de los personajes, sólidos en el cumplimiento de sus roles sociales, pero psicológicamente inestables, violentos y marcados por un destino fatal que los conduce a la autodestrucción: "No conozco a nadie que se divierta menos que tú viviendo", le espeta el doctor Peabody al patriarca de los Sartoris. En segundo lugar, el pasmoso equilibrio con que Faulkner controla el tiempo narrativo, que fluye como una corriente estable, casi adormecida, que no adormecedora. Y, finalmente, la medida exquisitez lingüística, casi elegante de no ser por los excesos racistas, de cada línea de texto.
Faulkner no hacía concesiones a lo literariamente superfluo.
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