domingo, 4 de marzo de 2007

Las cartas ya no tienen quien las escriba

Escribí mi primera carta de amor con apenas quince años, pero no recuerdo cuando escribí mi primer correo electrónico de amor.
Aunque vagamente, todavía conservo en la memoria aquel tembloroso y excitante momento, como también guardo recuerdo del olor del papel en que me llegó la respuesta: era un olor que me transportaba a la esencia femenina de la remitente.
Ahora las cartas ya no huelen. Son electrónicas, que es tanto como decir que no son cartas porque no conservan nada mentalmente simbólico que incite al cerebro a rememorar aquello que nos acerca a otros a través de los sentidos.
Ya no esperamos al cartero con impaciencia infantil porque el cartero ya sólo nos trae propaganda y correspondencia bancaria y oficial. Los carteros hace tiempo que no ven rostros de esperanza en los destinatarios de las cartas, sino quizá sólo amargura por la notificación de embargo que trasladan. Quizá hasta sólo por eso sean odiados o, cuando menos, esquivados.
Las cartas de ahora ya no traen lágrimas derramadas por un amor que no puede ser o por un amor infeliz, lágrimas de alegría por una buena noticia o lágrimas de desesperación por decenas de cartas no contestadas. Y no traen lágrimas porque son electrónicas, virtuales, que es tanto como decir que no existen.
Por no tener, las cartas de ahora, las electrónicas, si se pueden llamar cartas, no tienen ni perfume, la sutil fragancia que perfilaba la imagen mental del remitente hasta hacernos sentir su presencia con sólo aspirarla. Por eso, quien se enamora a través del correo electrónico se enamora imperfectamente porque se enamora de un ser incompleto. ¿A qué huelen los e-mails?
Por no tener, no tienen ni matasellos, imprescindibles para su condición de cartas, que les otorga, en definitiva, su naturaleza de misiva como indicadores de que proceden de alguna parte. Las cartas de ahora, las electrónicas, sólo tienen "Asunto", que es como decir "Impersonal", "Incierto", "Impreciso" o, en el peor de los casos, "Notificación", "Le comunico"...
Las cartas de antes tenían remitentes reconocidos y reconocibles: "Aurorita Cárdenas de la Buenavida", "Arsenio Mentol de Orujo", "Tuya", "Tu amor"..., todos ellos evocadores de alguien cuyo solo nombre ya nos decía algo. Las de ahora, las electrónicas, llevan claves indescifrables a través de las que se puede colar desde un "Añoro el relieve del velo de tu paladar" hasta un "¡Enhorabuena! Es usted nuestro visitante un millón".
Por no tener, las cartas de ahora, las electrónicas, ya no tienen ni letras, sino tipografía, Times New Roman o Verdana, que ni son romanas de nuevo cuño ni tienen color verde, aunque suene a tal. Y, además, tienen cuerpo o volumen, que es tanto como decir que engordan o adelgazan a voluntad del escribiente, pero no por la emoción del escribiente.
Las cartas de antes conllevaban mensaje psicológico, pues por los trazos de las letras se podía adivinar si quien las escribía estaba de buen humor o rezumaba bilis por los cuatro costados, incluso si se había afanado en escribir con paciencia, ternura y deseo de agradar. Las cartas de ahora, las electrónicas, se leen mejor, pero sus rasgos no hablan por sí solos: simplemente se dejan leer. Y pueden, también, llamar a engaño.
Con las cartas de ahora, las electrónicas, Gabo García Márquez no podría crear a su coronel pendiente de la estafeta, con lo que nos habría dejado huérfanos de una palabra imprescindible y a la literatura, irremediablemente incompleta.
Las cartas de antes de la llegada del correo electrónico se guardaban en cajas (¿dónde se guardan las cartas de ahora, las electrónicas?) y formaban parte de nuestra historia personal, un legado mediante el cual el hombre se ha enriquecido generación tras generación, siglo tras siglo del conocimiento atesorado desde los comienzos de la escritura. Las cartas de antes nos han permitido llegar hasta Aristóteles, Tomás de Aquino, Averroes, Berceo, Catalina de Erauso, Cervantes, Quevedo, Shakespeare, Flora Tristán, Da Vinci, Velázquez, Mozart, Rosalía de Castro, Alfonsina Storni...
Las primeras cartas de ahora, las electrónicas, tienen como remitentes a Microsoft, Apple, Sun Sistems..., que es tanto como decir "nadie" porque no huelen, ni tienen esencia ni sustancia, ni caligrafía, ni quien les llore o les ría, ni lágrimas, ni perfume, ni sentimientos.
Las cartas de ahora ya no tienen ni quien las escriba: sólo se redactan.
__________________________________________________

5 comentarios:

Anónimo dijo...

Aunque coincido con muchos de los planteamientos me parece que das más importancia a la forma que al fondo. En definitiva, los libros, todos impresos en la misma tipografía, nos trasladan inexorablemente a la ventana del subconsciente del autor.¿Por qué no va a suceder lo mismo con una misiva electrónica?.

Astrolabio-jsa dijo...

Y me parece, Guillermo, que ya nació una generación que considera remoto el hecho de que las personas escribieran de puño y letra. ¿Qué, qué?, dirán. ¿Y para qué escribir a mano si están los computadores?, dirán. Pero me quedo, sin duda, con el encanto epistolar. Saludo.

Anónimo dijo...

Tu alegato me parece magnífico y muy bien escrito. Pero siempre nos quedará la palabra, ¿o no?

Anónimo dijo...

Estoy de acuerdo en todo lo que escribes en esta reflexión tan interesante sobre algo tan hermoso como escribir cartas de puño y letra. Es el precio del progreso.
Un beso.

América Ratto-Ciarlo dijo...

Que fino humor,para esta acertada remembranza...!
Seguiré leyendo en tu blog. Si te place visita el mío: rattcia.blogspot.com y encontrarás cartas...

Ciao
miss América