jueves, 27 de diciembre de 2007

Cuando yo era niño...

...vivía rodeado de otros niños que no lo parecían.
Tenían la mirada opaca, cataratas en los ojos que vomitaban un torrente de tristeza como nunca he vuelto a ver. Llevaban tal carga sobre sus frágiles hombros que sus piernas apenas podían mantenerlos erguidos.
Eran niños por edad, que no por espíritu. Cuando les disparabas con el Colt de El Llanero Solitario ni se inmutaban. Ya estaban muertos. Siempre me pareció adivinar la señal de la cruz en sus frentes. Había algo cadavérico en ellos que a mí me daba miedo y cuando le pregunté a mi madre de qué estaban enfermos aquellos niños, me respondió que de afecto y de frío hogareño. Crueles enfermedades para figuras tan sensibles.
Como los niños que crecen solos en Rumanía, en mi infancia gallega había muchos que tenían a sus padres en América o en la Europa rica. Nosotros, los que nos criamos con la sopa de mamá y la mano protectora de papá, creíamos que aquellos compañeros de funeral eran los suertudos. El tiempo se encargó de demostrarme lo contrario: muchos de ellos no volvieron a ver a los suyos. Felizmente, todavía conservo a los míos.
Cuando yo era niño vivía rodeado de fantasmas de triste figura. Por eso, cada vez que el sacristán tocaba a muerto pensaba que alguno de aquellos desalentados había encontrado paz eterna. Estaba equivocado: la campana también entonaba su fúnebre hit parade siempre que alguna vacía maleta de cartón emprendía un hipotético viaje sin retorno, que era casi a diario. Suerte para los perros que no todos fueron atraídos por los neones bonaerenses, porque de lo contrario seguramente se habrían hecho el harakiri canino, azuzados por la soledad de aquel valle envuelto en esa niebla otoñal que veo en todas las películas de Drácula.
Cuando yo era niño, Dickens aún vivía en Galicia.

Fotograma de la película "Oliver Twist"

5 comentarios:

entrenomadas dijo...

Guillermo, es un texto impresionante. Lo he leído un par de veces, y sé que lo volveré a leer otra vez. No sé qué más decir, salvo que es... impresionante.

Un beso

Fran Invernoz dijo...

Me has tocado la médula espinal, compañero, lo que denota tu gran sensibilidad hacia los asuntos que pasan desapercibidos para la gente, cómodamente sentados en un mullido sofá, haciendo zapping en la tele para no ver esas realidades del mundo que nos tienen que avergonzar. Para muchos, lo saben los editores de diarios, revistas, radios y televisiones, interesa más la novia del presidente de Francia que otra cosa. Las audiencias multitudinarias son las que dan mayores ganancias económicas. Y el mundo sigue siendo como la letra del tango 'Cambalache'. Me tocaste profundo en mis sentimientos porque mi padre, asturiano aunque nacido cerca la frontera gallega, en el concejo de El Franco, marchó a hacer las Américas casi niño, con 16 años. Enhorabuena por esta buena entrada.

JLuis dijo...

Si Guillermo en un buen número encuentras infancias truncadas por proyectos migratorios que cuando se planean no incluyen algunas de las consecuencias que implican, y que la obstinada realidad del día a día se encargan de poner sobre la mesa.

Son fracturas en unos vínculos necesarios para crecer y que no hay escayola que pueda recomponer.

Un excelente post. Guillermo

Alicia Mora dijo...

Guillermo!
precioso post. Yo también lo reeleré varias veces.
También me hace recordar a mi propia familia. Yo aún no había nacido, pero mi padre emigró a Alemania dejando a mi hermana y mi madre solas.Durante casi tres años. Fueron tiempos pretéritos pero muchos niños españoles también han pasado su infancia sin sus padres...
Un beso

Guillermo Pardo dijo...

Cuando lo cuento, porque lo que he escrito es verdad aderezada con literatura, algunas personas me preguntan en qué época he vivido mi infancia. Lo cierto es que fue ayer en Galicia, que es como decir hoy en Nairobi.
Gracias y abrazos para todos.