Por donde pasaba, no había espejo cuya intimidad no violase. Tatiana tenía mucho de lo primero y casi nada de lo segundo.
Creía que lo original de su nombre la dotaba de una personalidad insólita y estaba convencida de que la verdad era parte intrínseca de su razón de ser. Por eso, decía, no se equivocaba nunca, sino que los demás habíamos nacido dotados de condiciones innatas para el equívoco y la mentira.
Se sentía imbuida de dones como la elegancia y la oportunidad, además de una acentuada responsabilidad que le hacía creer que nadie podía igualarla en el correcto modo de hacer las cosas, de tal manera que su sentido común debía interpretarse como la más certera forma de proceder.
Tatiana mantenía una relación peculiar con los espejos: los veía como a cómplices. Por decirlo de otro modo, la razón de aquéllos era ella misma. Pensaba, con sorprendente candor, que habían sido inventados para realzar su evidente generosidad física y por eso no aceptaba la mínima crítica sobre su aspecto si no la corroboraba mediante su reflejo en un cristal.
Adoraba los espejos como se adoraba a sí misma. Por eso se sentía incapaz de apreciar en su propio cuerpo la mansalva de defectos que de continuo observaba en los demás. Tenía hambre de sí misma, de igual modo que los defectuosos tenemos hambre a la hora de comer, cosa que ella hacía, a juzgar por su delgadez, en reducida proporción y siempre a hurtadillas para que nadie pudiese conocer el secreto de su esbeltez ni el porqué de la perfección de sus rasgos más genuinamente femeninos.
Un amigo me confesó que llegó a pensar que Tatiana no era de este mundo, aunque por poco que se la conociese no resultaba difícil deducir que para ella los extraterrestres éramos los otros.
Cada vez que Tatiana se topaba con un espejo lo enfrentaba con hábil y pasmosa rapidez, en un abrir y cerrar de párpados, sin aspavientos ni gestos superfluos.
Con la mirada clavada en sus propios ojos se llevaba las manos a las axilas y silueteaba lentamente su cuerpo de arriba abajo, de abajo arriba, como excitada ante un palpitante pene. Luego, de camino hacia el éxtasis, prolongaba el tibio desliz de sus manos hasta la punta de los senos, cuyos vértices hacía temblar, como cuerdas de guitarra, con una imperceptible cabriola de los dedos índice y pulgar.
Sin descanso, acentuaba el ritmo de las caderas con una oleada de energía que parecía surgir de lo más profundo de sus entrañas hasta que, finalmente, mecido su cuerpo en una burbuja de sensualidad, alcanzaba el clímax narcisista tensando los músculos de los brazos -sostenidos en ángulo recto a la altura de la cadera- y lanzaba al aire su puño derecho al tiempo que en su boca se desencadenaba una sonora explosión de voluptuosidad y júbilo:
-¡¡¡Aaaaahhhhh!!! ¡¡¡Sííííí!!! ¡¡¡Esa soy yo!!!
Así es Tatiana ante un espejo
8 comentarios:
No sé si me gustaría conocer a esta tal Tatiana...
En cuanto a los espejos, tu texto me ha recordado algo: en la práctica del alpinismo he llegado a pasarme semanas enteras sin mirarme en ningún espejo o similar. Lo curioso del caso es que, en cuanto he podido hacerlo de nuevo, me he encontrado más auténtica que nunca, como si al no "visualizar" constantemente mi apariencia, saliera de mí lo más genuino de mi persona y eso se reflejara en mi rostro.
Siento el rollo. Es que me has inspirado.
;-)
Besos
uf, miedito me da esa tatiana jejeje
En mi caso Tatiana me da miedo y curiosidad al mismo tiempo.
Vaya, vaya,vaya...
:)
Pues no sé qué decir, estoy sorprendida con la entrada. Pero me ha encantado y atrapado. Por cierto, me encanta la palabra "voluptuosidad". Suena a lo que significa.
Pero...ajjaja que ha pasado aqui Guillermo????? ajajjaja.
Bueno, me hace pensar en una actitud algunos gobernantes de mirarse el ombligo..
Espero que nos aclares un poquito esta entrada..
Un beso...ardiente.! jajaj
Feliz 2008!
Guillermo, hoy te cito en el blog.
No he podido remediarlo.
Besos
Sólo es un relato (lo pretendía, al menos). A veces tengo mis ramalazos frívolos. La cuestión es jugar con las palabras, exprimir sus posibilidades. Veo que Tatiana no os ha resultado indiferente. A mí tampoco.
Besos y gracias por volver.
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