sábado, 1 de marzo de 2008

Un estremecimiento de mal agüero

[...] Pues bien: fue en una de aquellas mañanas menos amenazadoras de la transición que, con todo, continuaban siendo grises, que, al subir a cubierta para la segunda guardia matinal, y tan pronto como tendí la vista hacia el coronamiento de popa, fui presa de un estremecimiento de mal agüero. La realidad sobrepasaba los temores: el capitán Ahab estaba en pie en el alcázar. [...] Tenía el aspecto de un hombre a quien se hubiera retirado de la hoguera cuando ya las llamas hubieran hecho presa en sus miembros, aunque sin consumirlos ni quitarles su vigorosa firmeza. Anciana ya, toda su alta y ancha silueta parecía hecha de bronce, fundido en un molde inalterable, como el Perseo de Cellini. De entre los cabellos grises le salía, a modo de varilla, una estrecha y lívida cicatriz que le corría por un lado del atezado rostro y el cuello, hasta desaparecer entre la ropa. Recordaba aquella grieta perpendicular que deja a veces en el elevado tronco de un árbol un rayo que lo recorre de arriba abajo, sin estropear una sola rama, dejándolo, por tanto, salvo y lleno de vigor y tan sólo marcado con la estría de su corteza. [...] El aspecto sombrío de Ahab y la lívida cicatriz que le cruzaba el rostro y el cuello me impresionaron tan profundamente que, durante los primeros instantes, no me di cuenta de que parte de mi imponente horror se debía a aquella bárbara pata blanca sobre la que se sostenía parcialmente. [...] No decía palabra, ni tampoco hablaban sus oficiales, pero en sus menores gestos y expresiones reflejaban éstos claramente la convicción turbadora, ya que no penosa, de hallarse bajo la mirada de un jefe preocupado. Pues el ceñudo Ahab permanecía ante ellos con una eterna expresión de angustia en el rostro; como si pesara sobre él toda la indecible y avasalladora majestad de algún terrible infortunio.

Extracto de Moby Dick, de Herman Melville

7 comentarios:

Marta G.Brea dijo...

" Los días tibiamente frescos, claros, vibrantes, perfumados, rebosantes, exuberantes, eran como búcaros de cristal de sorbete persa, con colmo espolvoreado de nieve de agua de rosa.
Las noches, estrelladas y solemnes, parecían altivas damas de terciopelos enjoyados, rumiando en su casa, en orgullosa soledad, el recuerdo de sus ausentes Condes, los soles del casco de oro.
Para dormir, a uno le era difícil elegir entre tan incitantes días y tan seductoras noches".


Pero como describes en el texto, Guillermo, todos, alguna vez en nuestras vidas, somos Ahab, enfrentándonos a nuestro particular Moby Dick.

Bss

Julio Torres dijo...

Moi boa novela, sin duda. Excelente elección Guillermo. Digna dun "recuncho literario" de ALM

Desesperada dijo...

todavía recuerdo la excitación que sentí la primera vez que leí moby dick. me has dado ganas de releerla, gracias!

Guillermo Pardo dijo...

Veo que a vosotros también os gusta. La edición de la novela en Alfaguara (dos tomos) es buena y la película de Gregory Peck me parece insuperable.
Gracias y buen domingo.

Makiavelo dijo...

Moby Dick, una obra de arte de la literatura, me abriste el apetito. Volveré a leerla.

Un saludo.

Irreverens dijo...

Pues mira, yo no la he leído.
Y no es por nada, pero aquí el traductor tiene una importancia mayúscula. ¡Menudo texto!
:-O

Apuntada queda.
:)

Guillermo Pardo dijo...

Las joyas literarias son tan indelebles como el tiempo, tan imperecederas como el recuerdo que dejan.
Saludos.