domingo, 15 de junio de 2008

Huellas

Hay un tiempo en que el río de la vida es interior, se canaliza en silencioso movimiento a través de impolutas arterias.
En ese tiempo, la belleza, el poder, la lozanía, la juventud o la fuerza son vigorosos aliados y enérgicos revulsivos contra la fatalidad que todo humano lleva codificada en algún profundo lugar de sí mismo.
Hay otro tiempo, ese que nadie quiere conocer, en que las arterias son ya como trazos hidrográficos sobre un mapa facial que bien podría escalarse.
La huella del tiempo y sus efectos es perenne. No hay antídoto contra su corrosión. Ni siquiera el más fuerte de todos, el amor, puede vencerla. Sólo dignificarla.

Garcilaso: Todo lo mudará la edad ligera (soneto)
Góngora: Mientras por competir (soneto)

6 comentarios:

entrenomadas dijo...

No cambiaría nada de este rostro. La de historias que lleva encima, la de carreteras secundarias que esconden cada una de las arrugas. El tiempo es relativo, como el amor, las huellas de ese rostro no es relativo, ni falta que le hace.



Besos con huella,

M

entrenomadas dijo...

A ver, quiero "las decir huellas de ese rostro no son relativas".
Agggg, esto de ir deprisa es tremendo.Sorry, Guillermo,


Me,

Por cierto, ¿cómo van esas historias tan estupendas que sueles hacer encadenando gente e intrigando situaciones?
A ver cuando cae alguna...

SyrianGavroche dijo...

"La huella del tiempo y sus efectos es perenne. No hay antídoto contra su corrosión. Ni siquiera el más fuerte de todos, el amor, puede vencerla. Sólo dignificarla."


Genial... simplemente genial

Un saludo

JLuis dijo...

Genial Entrada y genial el comentario de Entrenómadas. Yo tampoco cambiaría nada en ese rostro.

Un abrzo

Guillermo Pardo dijo...

El rostro de este hombre ha vivido lo suyo, desde luego. En él, como en muchos otros acostumbrados a torear con la vida, se muestran evidencias de que vivir tiene un precio que nunca acabamos de pagar. Bueno, quizá sólo la muerte sea el último peaje.
Gracias por vuestras aportaciones. Abrazos.

Francisco O. Campillo dijo...

El amor como dignificador de la corrosión del tiempo...
¡Excelente!