Se nota que hay elecciones a la vuelta de la esquina porque algunos partidos, partidos de derecha, vuelven a agitar botellas con demasiado gas.
El tema favorito -hay otros como la energía nuclear, la cadena perpetua (constitucionalmente inconstitucional), la modificación de la ley del menor, etc.- es la inmigración. Lo es porque es muy fácil hacer demagogia a cuenta de la debilidad y la desgracia ajenas, incluidas las de nuestros vecinos y familiares desempleados, y porque además es un buen granero de votos fáciles, que son los que no se meditan y se decantan con la misma laxitud con que la corriente mueve el junco.
Como nadie es capaz de poner coto a las causas de la inmigración, múltiples y multinacionales por otra parte, lo fácil es pedir a los demás que se debata aquello que uno no ha sido capaz de arreglar cuando tuvo ocasión para ello. ¿No es esa la estrategia del PP?
Con los inmigrantes es sencillo aplicar dobles raseros. Vestimos camisas manufacturadas en Marruecos, calzamos zapatillas hechas en Vietnam, nos cubrimos con pantalones y gallumbos made in Bangladesh, hablamos por teléfono gracias al coltán que extraemos del Congo o de Ruanda, nos cubrimos con jerseis cosidos en Rumanía o conducimos coches fabricados en la India. Y todo a precio ajustadito, oiga. En resumen, satisfacemos nuestro bienestar con productos fabricados por mano de obra extranjera barata, pero les negamos a ellos la posibilidad de compartir parte del bienestar que nos proporcionan y que tan calentitos nos mantiene. Por eso se les ponen dificultades para empadronarse, para que no puedan ser atendidos si caen enfermos o sus hijos se pasen el día en la calle y se marginen por no poder asistir a colegios públicos.
Pero la procedencia de ese bienestar no lo explican quienes agitan el fantasma de la xenofobia. No dicen, por ejemplo, que el trabajo de los inmigrantes supone el 6,6% de los ingresos del Estado, ni que sólo generan el 4,6% del gasto sanitario público. Luego, su aportación es beneficiosa. Tampoco dicen que un estudio elaborado en el 2005 por el Ayuntamiento de Madrid (gobernado por el PP) reveló que la frecuencia con que los inmigrantes hacen uso de los servicios de atención primaria es un 22% inferior a la de los españoles, ni dicen que otro encargado un año antes por la Generalitat de Catalunya puso de manifiesto que el uso que hacen los inmigrantes de los servicios de urgencias es un 6,25% inferior al de los españoles. Es más fácil tocar fibras sensibles que echar mano de la frialdad y la realidad de los números.
Por eso el presidente de la patronal catalana, que debería conocer esa realidad, hace un ejercicio de cinismo y demagogia cuando vincula inmigración con delincuencia, como si en Cataluña no hubiese empresarios sin escrúpulos que se lucran con la explotación de los "sin papeles"; por eso, el portavoz del PP en el Ayuntamiento de Barcelona reclama inspecciones para los comercios regentados por inmigrantes, como si no fuese necesario inspeccionar los de los catalanes; por eso CiU desempolva su vieja idea (2006) del carné por puntos para inmigrantes y por eso Esperanza Aguirre respalda que cargos públicos afiliados a su partido ninguneen las leyes del Estado.
¿Como no entender, entonces, que calen en la sociedad mensajes como los de la presidenta del PP de Cataluña, Alicia Sánchez Camacho?
Como irónicamente sugiere Eneko en su viñeta, quizá estamos ya demasiado gordos.
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