Cada vez es mayor mi impresión de que la relación de Europa, y del mundo occidental en general, con la inmigración se más parece a la que mantienen los superiores con los subordinados en los cuarteles que a la que deberían mantener las personas. Sin más calificativos.
Leo hoy tres casos que me parecen buenos ejemplos de ello.
La oposición en la Generalitat Valenciana denuncia que un manual para inmigrantes publicado por el Consell presenta el franquismo como un periodo que pasó por diversas etapas, entre las que no figura el golpe de Estado de Franco ni su dictadura, mientras que la II República fue una época de "quema de edificios religiosos y asesinatos". Ojo, la Generalitat Valenciana es parte de la Administración del Estado.
Un informe del Defensor del Pueblo sobre el "centro de recepción" de inmigrantes de Motril critica duramente la identificación de estas personas mediante marcas de tinta en la piel, así como la existencia de cámaras de vigilancia en las celdas. Otro ojo, estamos hablando de instalaciones supuestamente tuteladas por el Estado.
Finalmente, y aunque suene a choteo, esta última cuestión va en serio: el Gobierno británico quiere que los inmigrantes que aspiren a integrarse en su sociedad aprendan -entre otras cuestiones de enjundiosa utilidad moral, social, política y cultural- a guardar cola y a respetar las filas. El secretario de Estado de Inmigración, Phil Woolas, tiene un sólido argumento: "El simple hecho de esperar turno es unas de las cosas que mantiene a nuestro país cohesionado", parece ser que dijo. ¡Ahora ya sabemos cuáles fueron los pilares del imperio británico!
En fin, me voy a maldecir a otro lado.
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