viernes, 23 de abril de 2010

La ternura del bróker

Reconozco que cuando leo o escucho a un bróker se me eriza la piel y me entran ganas de coger el biberón y enchufárselo al déficit público.
Porque el arrobo con que los guardianes de la ortodoxia económica hablan de sus indicadores sólo tiene parangón en la dulzura con que las madres hablan a sus retoños. Afligen las quejas de Trichet sobre lo mal que tratamos a los tipos de interés o la escasa consideración que tenemos con las situaciones inflacionarias, tanto que a veces entran deseos de arrullarlos para que se calmen y concilien un sueño reparador.
Ya sé que Trichet, Strauss-Khan, Bernanke, Botín o Fernández Ordóñez no son brókeres de parqué bursátil como esos que se dejan la piel cada día por la gran familia de Wall Street, pero en el fondo se comportan como ellos. Lo suyo es ganar dinero para un sistema que defienden con la misma intensidad con que una madre protege a sus hijos. Y, además, para qué andarnos con perífrasis: bróker es más corto, moderno y pegadizo.
Francamente, se me encoge el corazón cada vez que alguno de ellos se lamenta de lo poco flexibles que somos con el empleo y de lo muy agarrados que somos con los salarios, de ahí que me conmoviese cuando mi jefe me pidió que renunciase al 3% del mío. Me saltaron las lágrimas el día que lo acepté, en parte porque no podía sacarme de la cabeza la imagen de esa gente implorando por la contención del gasto social en aras del bienestar inflacionario, el comercio especulativo y la volatilidad bursátil.
El otro día me comentaba un amigo, apenado también por la incomprensión que padecen los beneficios antes de impuestos o la presión fiscal, que se está planteando habilitar un piso para acogida de capitales circulantes huérfanos de consejos de administración. Le dije que me parece buena idea, al fin y al cabo a todos nos gustaría que los depósitos bancarios también fuesen solidarios con nosotros en caso de una necesidad que ahora, afortunadamente, no tenemos.
Entre confesión y confesión, yo, para no ser menos, le hice una. Le dije que cuando los guardianes de la ortodoxia económica nos dijeron que había que socorrer a la banca y evitar la contracción de flujos monetarios, corrí al banco más próximo e hice un pequeño depósito que seguramente ya habrá dado buenos rendimientos a algún fondo de inversión. Me sentí aliviado, la verdad, porque comprendí que así también podía contribuir a las misiones "humanitarias" militares en Afganistán o Irak, a la protección de Haití por el Fondo Monetario Internacional o a la exportación bruta de capital del Banco Mundial hacia el África subsahariana.
Sinceramente, no sé qué más hacer para agradecerles tanta ternura.

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