miércoles, 21 de julio de 2010

La parabólica confusión de monseñor

Dice el cardenal arzobispo emérito de Sevilla que los piropos y mensajes seductores enviados a una menor son meras anécdotas. Monseñor tiene razón.
Cuando yo tenía la edad, y aún menos, del remitente de esos mensajes, que tiene 30, también hacía lo mismo. Les decía a las chicas que estaban estupendas, que en biquini estaban muy sexys, que eran bellezones, etc., etc. Y si podía ligaba con ellas, salíamos de copas, cenábamos, etc., etc. Esa actitud forma parte del anecdotario vital de la inmensa mayoría de las personas; pero yo no era ni soy sacerdote, como lo es el supuesto autor de esos mensajes, denunciado por el padre de la chica, ni me dirigía a las menores de edad en esos términos. Y es en esas omisiones en donde se equivoca conscientemente monseñor Amigo.
Los representantes de la Iglesia no pueden apelar moralmente a la "situación del individuo y sus circunstancias" para justificar la actitud del cura denunciado, sino justamente para lo contrario: atendiendo a su situación y a sus circunstancias, un sacerdote no puede proceder de ese modo. Por ese motivo, el arzobispo de Valladolid, Ricardo Blázquez, reprueba en una carta enviada a los padres de la menor el comportamiento indigno y reprobable del cura y les pide perdón.
Esa es una respuesta moralmente aceptable. Las anécdotas no son equiparables a las parábolas.

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