El concepto de independencia suele ser uno de los más socorridos en los medios de comunicación para ensalzar y defender su función social, falacia que por trasnochada y arruinada por el propio sector debería ser reemplazada por otra menos manida.
Un ejemplo.
El director de un periódico decide publicar una información supuestamente lesiva para el líder nacional del PP, que, al parecer anteponiendo sus intereses a la independencia periodística, hizo prevalecer su posición ante el propietario del periódico. Resultado: el director es destituido. A tenor de lo que se ha publicado sobre el asunto y de sus consecuencias, es fácil deducir que la única independencia que se ha salvaguardado es la del supuesto mancillado. Ahora bien, también cabe preguntarse sobre la independencia del director: ¿habría demostrado igual celo profesional si la información hubiese afectado a alguien de ideología contraria al líder nacional del PP? (Véase la foto en el lado derecho del enlace anterior).
Otro ejemplo.
Poco después de tomar posesión de su cargo, el nuevo director de un periódico de tirada nacional firma un artículo en el que reprocha a la intelectualidad que no sea capaz de enarbolar la bandera de la regeneración moral que, según él, urgentemente necesita el país. En consecuencia, él se autoproclama adalid de la causa y suscribe una soflama recargada de moralina decimonónica. Meses después, la moralidad que se le supone a este admirador de Kapuscinski se desmorona con la publicación de una serie de informaciones que ponen seriamente en entredicho su margen de independencia para dirigir la empresa periodística que confió en él, empresa cuya independencia ha quedado también en tela de juicio en el sentido de que parece cuando menos de una candidez insoportable que no haya hecho una mínima comprobación del currículo de su nuevo director.
Estos son solo dos ejemplos de que a la independencia periodística, como al general Armada en la Zarzuela, ni está ni se la espera.
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