El desalojo del Movimiento 15-M de los espacios públicos era cuestión de tiempo y de oportunidad. Y ambos han llegado hoy a la Plaza de Catalunya, de Barcelona, en vísperas de la final de la Liga de Campeones.
Con el dudoso argumento de que había que limpiar la zona por motivos de salubridad, la policía se empleó incívicamente contra un movimiento cívico con la intención de eliminar la "basura" personificada en miles de individuos que en la última semana se había ido acumulando en el altar del barcelonismo, al que flaco favor le han hecho los responsables de ordenar tan desproporcionada acción. ¿Por qué tan poca violencia en la "operación limpieza" de Lleida y tanta en la de Barcelona? ¿Por qué no se han hecho extensivas las repentinas ansias de aseo a las plazas de Madrid, Zaragoza, Valencia, Coruña o Las Palmas? Pues porque allí no hay fútbol y no se esperan concentraciones de masas deseosas de celebrar las victorias o de llorar las derrotas de sus equipos.
El problema es que se ha creado un problema donde no lo había y se ha abierto la espita de la violencia allí donde sólo se había creado un movimiento inspirado precisamente en la no violencia como método para reclamar justicia social para una sociedad injustamente violentada. Esperemos que la caja de los truenos destapada por la policía y sus responsables políticos no sea utilizada mañana por el puñado de exaltados y energúmenos que, camuflados en las concentraciones de sanos aficionados al fútbol, aprovechan para desatar otra de las guerras urbanas que tanto les seducen y tanto desprestigio causan al buen nombre de sus ciudades. Y si así ocurriese en este caso, ya sabemos a quiénes señalar por haber prendido la mecha.
No nos engañemos. El Movimiento 15-M, al que no se atrevieron a desalojar durante la campaña electoral, está haciendo mucho daño al "establishment", que no sabe cómo desconectarlo ni cómo reducirlo para que no siga propagándose cual efecto mariposa o cual bola de nieve. Y han pensado que la violencia es el camino más corto para sembrar el temor, el miedo, el desconcierto y el desprestigio de una corriente que había levantado adhesiones y simpatías en todo el mundo. De ahí el excesivo y rimbombante "spanish revolution" con que ya se conoce más allá de las fronteras españolas.
Y tampoco nos engañemos. A los policías les vienen muy bien este tipo de manifestaciones para poner en práctica la teoría que les enseñan en las academias, desentumecer y engrasar músculo y descargar sus repletos contenedores de adrenalina. Se trata, en el fondo y en paralelismo con el argumento oficial, de otra clase de limpieza.
Otras opiniones:
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La otra agenda: Abollando ideologías
Las manos en los bolsillos: Lo natural en la Plaza de Catalunya
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