El régimen castrista está preocupado por la incidencia que puedan tener los videojuegos en la salud mental de los jóvenes cubanos. No le falta razón, pero la preocupación llega un poco tarde porque donde las multinacionales del ocio ponen el ojo, ponen la bala. Y Cuba es un apetitoso manjar todavía virgen.
Dicen los mandatario caribeños que esos aparatitos fomentan la violencia, el racismo y la xenofobia y que pueden inducir, incluso, al suicidio. Nada nuevo bajo el sol, pero para evitar esos riesgos está la educación y el fundamental papel de los padres, cuya labor debe ser alentada y apoyada por el Estado, pero no tutelada.
Sin embargo, las autoridades cubanas reconocen también que los videojuegos pueden favorecer el aprendizaje y el conocimiento. Por ahí deberían empezar, antes de plantearse una lucha estéril contra molinos de viento.
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Da que pensar...
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Alrededor de un millón de cubanos, el 10% de los nacidos en la isla, viven Estados Unidos.
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