Una nueva campaña electoral toca a su fin, una nueva campaña electoral que nos deja hastiados y agotados de tanto escuchar a los mismos decir lo de siempre.
Me gustan las campañas electorales, pero no este tipo de campañas electorales en las que lo secundario prima sobre lo primario, la anécdota sobre lo decisivo, el rumor sobre la certeza, la promesa sobre el compromiso y la vanidad sobre la humildad.
Me gustan las campañas electorales que presentan caras y voces nuevas porque su discurso, aunque políticamente recurrente, tiene todavía ese tono incontaminado y fresco del inocente que aún cree que la política es el arte del bien servir. No me gustan, sin embargo, estas campañas electorales con los caretos de siempre y su forzada sonrisa de siempre retocada en fotoshop, ni esa gente que encabeza candidaturas desde época inmemorial como dándonos a entender que sin ellos el mundo no giraría.
Me aburren soberanamente los de siempre porque son soberanamente aburridos e incapaces de transmitir el suficiente interés como para que me interese por ellos. Quizá por eso les aplauden los de siempre, mientras cada vez más les dan la espalda.
La derrota del político, del político medriocre, no está en las urnas, sino en su interior, en su falta de autocompromiso para abandonar más pronto que tarde, cuando ya no puede distinguir adulación de respeto y es incapaz de pensar y actuar como ciudadano.
[Viñeta: Ventura & Coromina]
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