Este post lo ha escrito, en realidad, otra persona. Se llama, en la blogosfera al menos, Max Webos.
Este post es, en realidad, el resultado de un comentario que Max dejó en mi entrada sobre el maltrato en los llamados centros de "protección" de menores, aunque no importaría que, siniestramente, los siguiesen llamando reformatorios. El término se ajusta más a la filosofía que los sustenta.
Max dejó escrito:
"La reinserción/punición siempre ha sido uno de mis grandes dilemas. Infligir el mal a quien lo ha hecho previamente no borra este perjuicio. La privación de libertad no contribuye a la reinserción en la vida en libertad, es una contradicción en sus propios términos. Sólo se esconde el problema.
Pero la verdad es que no aceptando esa forma de coerción, y menos su gestión concreta (a menudo deshumanizante, como Goffman mostraba con las instituciones de salud mental), no he encontrado una alternativa realmente viable.
En un sistema más justo, las causas del crimen se reducirían, al estar producido en gran parte por la dinámica corrupta y dualizante propia del sistema social. Pero afirmar esto no significa proclamar el fin de la desviación social (en el sentido de desviaciones dañinas para la convivencia), y no se me ocurre qué hacer con ciertos casos realmente complicados de individuos completamente enajenados.
En resumen, y aunque suene muy contrario a mis ideales, en el fondo me tranquiliza saber que no me voy a cruzar por la calle con un violador reincidente o un menor naziskin con un historial delictivo más extenso que ''Los pilares de la tierra''. O al menos, con uno que ya hayan pillado. Es una falsa sensación de seguridad promocionada por el poder y la tradición, y que perjudica a otras personas que merecen una segunda oportunidad.
Agradecería alguna sugerencia de lectura sobre propuestas del tipo ''qué hacer con casos extremos y/o reincidentes''. Un saludo.".
Le agradezco a Max su punto de vista, que comparto en muchos sentidos.
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