El caso de la muerte de Cristina Martín en Seseña pone, una vez más, de manifiesto lo amigos que somos de la acusación infundada, de lo que se dice y de los juicios sumarísimos.
Sucesos semejantes y todavía recientes que a menudo se utilizan como paradigma de lo perdida que está la juventud más instruida de la historia no han servido para extraer lecciones de mesura, acopio de cordura ni, desde luego, moderadas dosis de sentido crítico ni común.
Antes al contrario, el crimen se esgrime como justificación de frustraciones personales, de márquetin político o de éxito de ventas mediante la explotación inmisericorde de sentimientos primarios, de prácticas sensacionalistas y de banalidades que no hacen si no inyectar altas dosis de rencores, enfrentamientos y aborrecimiento de la especie humana.
Aun cuando la muerte de Cristina Martín está sin aclarar, en todas partes, salvo muy dignas excepciones, se escribe y se habla de asesinato, figura penal que ningún juez ha establecido por el momento. Ningún juez menos el pueblo soberano -incluidos opinadores y escribidores-, que ha vertido su sumarísimo veredicto sobre una supuesta culpable, y a la vez víctima, de quien sólo sabemos que es adolescente, compañera de estudios de la fallecida, extranjera -cubana para más señas (¿debería el juez considerarlo un agravante?)- y de gustos por la parafernalia gótica, como las hijas de Zapatero.
Con tan evidentes pruebas de la capacidad de esta niña para matar y del pleno conocimiento de los hechos que llevaron a Cristina a la muerte, se han dicho y se han escrito cosas como que "nadie se explica cómo fue capaz de asesinarla", "cómo pudo tener valor para cometer semejante acción" o "una niña de 14 años no pudo hacer eso sola".
Ni la Justicia ni la policía han dicho nada que pueda fundamentar semejantes despropósitos. Entonces, ¿cómo es posible que se digan tantas barbaridades y, encima, ponerles altavoz?
El morbo se nutre de la rumorología, alentada por el peor de los enemigos del decoro: los vecinos, vigilantes de la moral ajena que creen conocer al dedillo las miserias y grandezas del otro, que escupen su ignorancia y su ponzoña verbal con la misma facilidad con que comentan el partido del domingo sin reparar que ellos mismos, como cualquiera, pueden ser psicópatas y asesinos en potencia, y por eso mismo presa fácil de la fatalidad, probablemente la mayor culpable, sino la única, del bochornoso espectáculo del crimen pasional.
Sí, somos animados jueces proclives al juicio sumarísimo de las desgracias ajenas, gozosos paladines del runrún y asesinos emocionales de adolescentes, a quienes ya hemos arrebatado la presunción de inocencia tan egoísta e individualmente reclamada.
Hasta el próximo crimen.
2 comentarios:
Llevas razón en todo lo que escribes, estimado amigo, pero esta vez se te olvida que, además del run run de los vecinos, hay una organización que aprovecha el más mínimo resquicio para o pedir la cadena perpetua revisable o el endurecimiento de penas a menores de 12 a 14. Y eso con el run run caliente de los vecinos es lo que hace más mella en la sociedad. Esa organización aprovechó el crimen de Alcásser hasta el máximo. Ahora trata de sacar partido de la niña Mary Luz, de Marta del Castillo y, por supuesto, de esta última. Como muy bien dices, hasta el próximo crimen.
Cierto, Juan, se me olvidó mencionar lo que dices. Y tengo la impresión de que esa organización gobierna mucho según los runrunes. Apertas.
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