Schengen es una pequeña localidad luxemburguesa de 500 habitantes que debe su renombre internacional a que en ella se firmó, en 1985, el tratado que hoy permite la libre circulación de 400 millones de personas por los 25 países que lo han suscrito, y que constituye uno de los logros más importantes de la construcción y la unión europea.
Francia fue uno de los primeros firmantes del acuerdo, al que luego se unieron Italia (1990) y Dinamarca (1996). Estos tres países pretenden ahora restablecer sus fronteras argumentando "causas excepcionales", a mi entender bastante difusas.
Francia e Italia dicen que quieren suspender temporalmente el acuerdo, mientras que Dinamarca aspira a reintroducir los controles aduaneros permanentes en los límites territoriales con Alemania y Suecia, principalmente. El origen de la propuesta francoitaliana se remonta a la concesión por el Gobierno de Berlusconi de visado a miles de huidos de las revueltas árabes, en tanto que la danesa se parapeta en el intento de acabar con el "crimen transfronterizo" procedente del Este de Europa, en palabras de su ministro de Finanzas.
De nuevo, la derecha sitúa a la inmigración en el centro de uno de los debates más retorcidos y artificiales de la UE, de nuevo se utiliza a la inmigración como chivo expiatorio de la crisis cocinada en despachos y parqués bursátiles, y de nuevo se utiliza a la inmigración como excusa para atraer el voto de los descontentos, de los desencantados, de los xenófobos y de los violentos.
Las "causas excepcionales" que argumentan Italia y Francia para abrir y cerrar fronteras a su antojo no existen, porque los 20.000 africanos que se dice que buscan refugio en Europa -según Acnur, esa cifra supone menos del 2% de los que huyen de los conflictos en países árabes- no son suficientes para causar esa "crisis sin precedentes" que, con tono amedrentador, sacan a relucir los políticos populistas cuando las prospectivas electorales no les resultan halagüeñas. Esa cifra de 20.000 africanos palidece al lado de las 700.000 personas que entraron en España en el 2007 y las 460.000 que lo hicieron el año pasado, según el INE. Y aún así, eso no fue origen de ninguna crisis y menos de la crisis con mayúsculas, como sabemos.
Crisis económica, humanitaria, sanitaria, alimentaria y social, es decir, crisis de grandes proporciones, la padecen quienes viven en esos países, de los que huye quien puede. Acnur calcula que sólo de Libia lo han hecho 750.000 personas, pero que en la frontera con Túnez hay 356.000 refugiados, 267.000 en Egipto y muchos otros miles que se han dirigido a las de Argelia, Níger, Sudán y Chad.
Creo que si Italia no tuviese un presidente acuciado por sus escándalos personales, si el de Francia no viviese su momento más bajo de popularidad y con elecciones presidenciales a la vuelta de la esquina, y si los liberal-conservadores daneses no hubiesen pactado con la extrema derecha, la Europa populista buscaría otras distracciones y no trataría de hacernos creer que nos ahogamos en el vaso de Schengen, la esencia de cuyo tratado reside en impulsar la actividad económica con la eliminación de barreras administrativas y arancelarias. ¿No es un contrasentido?
Las pretensiones de estos políticos chocan, por otra parte, con el respeto a otras normas internacionales al meter en el mismo saco a delincuentes, traficantes de personas y de drogas, personas en busca de trabajo y refugiados políticos. Para ellos todos son "inmigrantes". Peor aún, ellos nos dicen, a sabiendas de que mienten, que todos son "inmigrantes".
Los que saben de esto y no mienten dicen que esto no es así, que entre los 20.000 llegados en los dos últimos meses a Europa procedentes de África hay miles de libios, eritreos, etíopes, sudaneses o iraquíes a los que la ONU ha concedido el estatuto de refugiados, que no pueden regresar a sus países porque sus vidas corren peligro por motivos políticos o religiosos.
Europa y los europeos deberíamos dejar que Berlusconi pase una buena temporada a la sombra de una cárcel siciliana si la Justicia lo encuentra culpable de sus crímenes, que Sarkozy pierda las elecciones -por su incapacidad y porque entra dentro de las probabilidades democráticas- y obligar a Dinamarca a abandonar el Tratado de Schengen si restablece las fronteras nacionales.
El vaso de Schengen volvería, entonces, a estar vacío.
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