sábado, 18 de agosto de 2007

El cielo puede esperar

"¡Extra, extra! ¡Todos los detalles sobre el homicidio en la quinta planta de la Casa das Letras!”.
“¡Eh, chico, acércame uno!”. El Tíscar Express no había escatimado tipografía para resaltar el fatídico episodio: “Hampón, baleado en su guarida, deja mujer desesperada”.
Dobló el tabloide y lo apretujó contra su sobaco izquierdo al tiempo que reemprendía la misma tranquila marcha con que se había adentrado en la noche tras saldar cuentas y eliminar, con el insuperable aceite de Markota, su huella digital de aquel taquicárdico viaje a la guerra. Abandonó el Barrio de los Rosales con media sonrisa en los labios, a través de los que se entreveían unos sibilantes y plateados dientes: “Es momento de volar, pajarito…”, pensó mientras acariciaba la culata de la Minoic 45.
Al girar en la primera esquina se topó con un rótulo premonitoriamente incitante que no le resultó indiferente: “El cielo puede esperar”, masculló al tiempo que husmeaba una pegajosa humedad de presagiada tormenta.
Un trueno estremecedor fue el anticipo de lo que vino después. El cuerpo celestial de bomberos decidió aliviar sentinas y descargó sus abluciones sobre la negritud del asfalto. “Peor para el sol”, oyó decir a sus espaldas a una vieja vendedora de escapularios con los que tornaba la lluvia. “Sí, señora _asintió alzando el cuello de la gabardina bajo aquel mingitorio inmisericorde_, a ver si atempera un poco”.
La mujer dirigió su mirada hacia los inquietantes ojos que la escrutaban y, por si las moscas, ahogó la petición que a punto estuvo de salir de su desdentada boca. “Entre nómadas no vamos a pisarnos las mangas, viejita”, concedió la siniestra figura a la par que depositaba sobre las calludas manos, doblado en vuelta y media, un billete de los del fajo desencadenante de su impulso criminal. Cuando ella iba a agradecerle el detalle, un firme y masculino índice derecho la contuvo de golpe: “¡Chssst!”. Sólo a las gotas de lluvia les estaba permitido repiquetear sobre la empapada calle, envuelta ya en unos silenciosos…
El motor de un coche se acercó a toda velocidad y él, de un salto, se cruzó en su camino con el tiempo justo de echarse a un lado para no morir en el intento. “Ni libre ni ocupado”, oyó decir al conductor, de cuya ventanilla salió disparada una botella vacía de ginebra que fue a estamparse contra la luna del Rancho Latino, un tugurio que exhalaba un fermentado olor a tabasco con cuya esencia se podría incendiar el infierno. Chorreando imprecaciones, palpó la pistola con intención de desenfundarla, pero desistió en seguida para no armar barullo. En su lugar, se sacudió la bilis y echó mano de la agenda para escribir la matrícula: “PS 56 IC”.
Reanudó la marcha con la calma de quien se sabe seguro de su destino y dos manzanas más allá encontró lo que buscaba: “Planeta Fernando. Migraciones Terrestres”. Antes de entrar dejó salir a una pareja en el momento en que ella lanzaba una advertencia con tintes de reproche: “Mira que te lo tengo dicho…”, bramó la rubia con aspecto de fulana a un tipo acomplejado no más alto que sus tetas.
“¿En qué puedo servirle, caballero?”, preguntó un dependiente en cuyo rostro prejubilar maldecía un acné todavía juvenil. “Déme un billete a cualquier parte”, ordenó ya con el fajo de la ignominia sobre el mostrador. El servicio fue rápido y las instrucciones, urgentes: “Su tren sale a primera hora de la mañana, señor”, informó, inquieto, el otro.
Amanecía cuando llegó a la estación. Una peste a arenques rancios le sacudió el sueño y lo obligó a espabilarse en dirección a la terminal de pasajeros. Cumplidos los trámites, salió por una puerta que lo condujo directamente al apeadero, ocupado por una mole de color negro en cuyos primeros vagones relucía un nombre en letras doradas: De la Mediterrània a l’Atlántic.
Subió las escalerillas, buscó su compartimento, se sentó y esperó. Media hora después un silbato de perezoso timbre anunciaba la salida, momento en el que un individuo de inquietante aspecto se sentó frente a él. Una extraña sensación se adueñó de la atmósfera, que el recién llegado suavizó. Sacándose el sombrero, se presentó: “Castro, Antón Castro…”.

Imagen: Fotograma de la película Sin city
Homenaje bajo los efectos del optalidón

11 comentarios:

entrenomadas dijo...

Pero que capacidad tienes! Alucino.
Yo ni en un siglo y medio hago una cosa asi.

Kisses


PD: Sigo bajo la lluvia y sin acentos en el ordenador.

Anónimo dijo...

Yo también sigo bajo la lluvia, aunque con acentos. Un saludo y enhorabuena. El texto es delicioso.

Eifonso Lagares dijo...

Es una delicia leer tus posts y un momento muy divertido leer este tipo de posts. Fantástico. Saludos

Nacho de la Fuente dijo...

Guillermo, esta vez te has superado. Una delicia de texto y un placer que mi huella digital lo pueda acariciar.

Anónimo dijo...

Como dice Nacho, un delicioso juego de creatividad. Te felicito por el ingenio de unirnos en este relato. Saludos.

Anónimo dijo...

La leche, tío, yo haría un libro de relatos policíacos en el mejor estilo Dassiel H. enhorabuena.

Fran Invernoz dijo...

Un relato estupendo, que es capaz de hacer las delicias de sus propios protagonistas. Una sugerencia inocente, puedes presentarse al concurso del verano próximo de la Semana Negra de Gijón. je :)

Guillermo Pardo dijo...

Estos juegos me resultan divertidos y nada complejos. En realidad es bastante fácil, a mí me lo parecen porque cuento con los mimbres imprescindibles: los nombres de vuestras bitácoras. A partir de ahí no hay más que echar mano de la literatura, del cine y de la imaginación. Y como dijo Shakespeare, todos estamos hechos de la sustancia de los sueños. Por lo tanto, todos somos un poco sueños. Sin embargo, la verdad más incuestionable de todas es que todo esto no sería posible sin vosotros. Lo digo sin sentimentalismo barato, sino muy caro.
Gracias por estar ahí y por hacerme partícipe de vuestra compañía. Saludos y abrazos para todos.

Markota dijo...

Esto no puede quedarse así, mi apreciado Guillermo. ¡Tienes que continuar con las entregas de esta novela virtual escrita en cómodas entregas sin fecha de vencimiento! Dejarnos en punta sería un crimen tan horroroso como el que ocurrió en la Quinta planta de la Casa Das Letras. Yo, como lectora tuya, exijo que este crimen se despeje...

Sherezada debe de estar remordiéndose de la envidia en su tumba.

Un abrazo.

Anónimo dijo...

Madre mía, qué habilidad. Todo un regalo de creatividad narrativa para mi vuelta de vacaciones.
Gracias por hacerme el lunes más divertido ¡y por darme un papel en tu relato! :)
Abrazos
David

Guillermo Pardo dijo...

Markota: Sí, quiero continuar; mejor dicho, rematarlo. En esta segunda entrega concebí la tercera y, creo, que última, aunque no se sabe muy bien a dónde me llevarán semejantes personajes con su insospechada trama. Ya veremos. Gracias por tus palabras y bienvenida. Besos.

David: Me alegra que te haya gustado y te haya dibujado una sonrisa de lunes con aspecto de viernes. Espero que hayas disfrutado de tus vacaciones. Gracias y un abrazo.