Indignarse se ha puesto de moda, pero en parte por eso, por lo que de pasajero y banal tienen los modismos, parece que nos cuesta poner en acción el sentimiento que motiva esa indignación. Cuesta llenar un estadio de fútbol con indignados reivindicando derechos, pero basta un simple Barça-Madrid para tener a todo el país hipnotizado por la esfericidad del balón. No existen contradicciones, nosotros somos la contradicción.
Nos hemos pasado los últimos años señalando con nombres y apellidos a los causantes de la hemorragia que desangra nuestras empresas y empleos, que nos condena a la incertidumbre y nos obliga a aceptar condiciones laborales honestamente inadmisibles, que nos somete a microeconomías de subsistencia, a la emigración, al desamparo y a la sopa de la cocina económica. Y eso nos indigna, pero no nos parece suficiente motivo para ponernos en acción.
Esos provocadores de la hemorragia a quienes señalamos con nombre y apellidos siguen haciendo de su capa un sayo, poniéndose el mundo por montera, exprimiendo hasta el tuétano zumo de currante, viviendo con obscenidad a costa de la penuria ajena. Y todo ello con nuestro apoyo, con nuestro esfuerzo, con nuestro dinero. Sólo así puede explicarse que Telefónica -cito este caso por su actualidad- haya obtenido el año pasado más de 10.000 millones en beneficios. ¿Cuánto y qué porcentaje de ese dinero ha salido de los bolsillos de prejubilados, jubilados forzosos, despedidos y expedientados propios o de otras empresas? Esa firma acaba de anunciar su intención de hacer una nueva regulación de empleo con el pretexto de ser más competitiva, un concepto tan vago que nunca incluye la competencia de las estructuras empresariales y de sus dirigentes, pero que siempre conlleva el despido laboral como fórmula mágica para alcanzar el santo grial de la rentabilidad, nunca utilizado para crear empleo, sino para repartir bonus que paga el cliente, ese que se indigna pero que todavía no ve motivos suficientes para hacer efectiva su indignación.
Hace años que he dejado de ser cliente de esa compañía y de otras muchas (BBVA, La Toja Cosméticos, Roche...) que se han ganado a pulso mi desconfianza por sus políticas de deslocalizaciones, de abusos en los precios, de opacidad en las facturas, de pésimo servicio, de presión sobre el poder político, de coerción sobre sus empleados, de escandalosos repartos de dinero, de doradas jubilaciones de directivos, de penosas jubilaciones de empleados que durante años se han dejado la piel al servicio de una causa que creían suya, aunque, en realidad, no pertenecía más que al consejo de administración.
La indignación es saludable, pero también inútil si no conlleva al menos un gesto personal, lo suficientemente personal como para que le permita a uno sentirse íntimamente satisfecho. Comprar o no, hacerlo aquí o allá importa. Es como ejercer el derecho al voto. No se ve a quién se vota, pero el resultado se nota.
3 comentarios:
Completamente de acuerdo contigo. Estamos tan aborregados y tal vez, tan asustados en nuestra comodidad, que nadie se levanta ni se queja. No hacen falta sino pequeños gestos de hastío. Se me ocurren, que nadie siga el Madrid-Barca, que no se formen aglomeraciones obscenas ante la apertura de nuevos centros comerciales, que no montemos historias surrealistas para conseguir el último móvil. Creo que son pequeños gestos pero que serían indicativos de muchas cosas...
Nese caso lamentable que vde cita, o que máis sinto é que hai anos que non teño relación con Telefónica.
De eso se trata, Sonia, de hacer pequeños gestos personales. Los acontecimientos que están ocurriendo en el mundo árabe, por citar un ejemplo actual, nos dicen que las grandes revoluciones se alimentan de pequeñas voluntades, nacen en nosotros mismos.
Gracias por la visita y el comentario.
Kaplan: Seguramente terás relación comercial con algunha empresa cuxas accións sexan socialmente criticables. Non somos tan libres como para prescindir de todas, pero sí de moitas cuxos servizos ofrecen outras con responsabilidade.
Saúdos. Grazas pola visita e o comentario.
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