Las encuestas dicen desde hace tiempo que Mariano Rajoy será el próximo inquilino de la Moncloa, aunque también dicen que es uno de los políticos peor valorados. No deja de ser cuando menos chocante que uno de los personajes públicos con menos aceptación popular sea también el candidato número uno a ocupar la presidencia del Gobierno español. ¿Pero de verdad tiene asegurada Rajoy esa poltrona? Y sobre todo, ¿se la merece?
Analistas y cronistas dan por descontado que Rajoy ganará las próximas elecciones generales, pero no dicen de qué argumentos se valdrá el jefe de filas del PP (ser líder es otra cosa) para convencer a los electores. Antes bien, aseguran que le bastará con estarse callado para que la breva caiga por sí sola. Dicho de otro modo, no necesitará programa electoral para alcanzar su soñado objetivo de sentarse en el sillón presidencial. De hecho, hasta la fecha se ha cuidado mucho de dar pistas de por dónde irán los tiros de su gobernanza.
Lo lamentable del asunto es que la sociedad dé por hecho que se consumará el mal menor de la actual realidad política española; esto es, que Rajoy será presidente por descarte debido a los deméritos de sus más directos rivales, antes que por méritos propios.
He repasado un par de veces el currículo político del actual jefe de filas del PP, desde que Fernández Albor lo nombró, en 1982, director general de Relaciones Institucionales de la Xunta de Galicia, hasta el 2004, año en que tras la primera victoria electoral de Zapatero pasó a la oposición después de haber sido con Aznar, desde 1996, cinco veces ministro y tres vicepresidente primero. En todo ese tiempo no hay un solo hito político por el que Rajoy merezca ser recordado, aunque sí unos cuantos pedruscos en su confortable carrera hacia la Moncloa: la gestión del hundimiento del Prestige, la regularización de inmigrantes con billetes de transporte, el incremento de los delitos en más de un 10% durante su etapa como ministro del Interior, o la aprobación de la reforma de la Ley del Suelo (13 de abril de 1998), siendo ministro de Administraciones Públicas, que catalogó todo el terreno como urbanizable y propició el bum inmobiliario o del ladrillo.
Habida cuenta de que no es un mirlo blanco de la política, uno se pregunta qué ven en Rajoy millones de electores para darle su confianza, al menos en las encuestas y sin que le exijan siquiera un mínimo de brillantez política, que no vean en Rubalcaba, Cayo Lara o Rosa Díez, a no ser que voten ciegamente por el partido antes que por su primer cabeza de lista, lo que querría decir que hasta El Tato tendría garantizada la poltrona de la Moncloa.
¿No es realmente penoso?
2 comentarios:
Penoso no, muy penoso, deprimente, devastador, acongojante, esquizofrénico, delirante, peligroso, jocoso... en dos palabras: IN SUFRIBLE
Me hago la misma pregunta que tú, en serio ¿qué le ven a este hombre?
A mí también me da mucha pena España pero como somos una democracia hay que roelo.
Yo tampoco entiendo la idea del descarte, eso de que gane él porque pierde el PSOE... Nunca votaré a nadie que vaya en contra de mis ideas e ideales, prefiero no votar o votar en blanco, como ya he hecho en alguna ocasión.
¿Dónde verá esta vez los hilillos de plastilina?
biquiños,
biquiños,
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