Hasta no hace mucho, los ayuntamientos hacían generosos esfuerzos para conseguir que sus emigrantes retornaran a la tierra, echasen raíces y contribuyesen al desarrollo demográfico del envejecido territorio.
Como en un mal sueño, las cosas han cambiado radicalmente, e incluso hasta las comunidades autónomas, incapaces de frenar la marea de parados que las ahoga, sugieren a sus administrados que se busquen los garbanzos en tierras más productivas. ¡Insólito!
Si hasta ayer cada hijo de vecino debía arreglárselas como pudiera para alimentarse y dar de comer a los suyos enviando remesas desde donde pudiera, hoy, en un giro sorprendente que ejemplifica de manera clara la impotencia frente al paro, son las propias administraciones públicas las que no sólo ayudan y animan a emigrar, sino que empujan para que quien tenga necesidad haga las maletas y se vaya a trabajar a otro lado, y, de paso, deje de percibir subsidios.
Mi compañera Mónica Torres publica hoy en La Voz una información reveladora de los nuevos servicios de búsqueda de empleo que ofrecen los ayuntamientos, en este caso el gallego de Tui, fronterizo con el norte de Portugal. Las ofertas de trabajo no proceden del país vecino -ojalá-, sino de la potente Alemania, avezada exportadora de tecnología punta elaborada por sólidos profesionales cuyos servicios básicos atiende mano de obra por salarios de esclavitud. ¡Son nuevos tiempos que nos hacen retroceder a los viejos!
Un rápido paseo por Internet nos pone en seguida en la pista de iniciativas similares, sea en Alicante, en Motril o en Ribarroja del Turia, promovidas por administraciones públicas metidas de lleno en el rol de agencias de colocación. Casi todas, con un denominador económico y geográfico común: Alemania. ¿Generosidad u oportunismo?
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